sábado, abril 20, 2013

Historias cruzadas, vidas cruzadas


 No sé por qué, pero las películas de historias cruzadas nos encantan. Quizás sea por esa sensación de superioridad intelectual que dejan en la mente del espectador: "¡Claro, y Fulanita es la que pasaba por allí cuando Zutanito conoció a Menganita!". Total, que nos encanta, como a todo niño, recomponer las piezas del puzzle. Nos sentimos listos, satisfechos y ordenados. Hay películas que parecen querer poner en orden el cosmos, y que, además, lo entendamos. Películas que quieren captar la grandeza de la vida humana, de la sociedad humana, en unos cuantos minutos de metraje. El otro día alguien me comentaba que los grandes pensadores de ahora son los cineastas, son quienes se plantean cuestiones de calado e intentan darles algún sentido a través de sus películas.

 Grandes cuestiones como la incomunicación y la responsabilidad de nuestros actos son motivo de quebraderos de cabeza. El director trata de dar sentido a unos cuantos conflictos tratando de ponerlos todos en orden en Babel. La película se asemeja a esos tableros con chinchetas y una bombilla que fabricábamos en el colegio. Si consigues conectar los dos puntos relacionados, la bombilla se ilumina y parece encender la zona de penumbras que se había formado en la mente del cineasta. ¿Cómo es posible que personas tan alejadas y tan distintas compartan un mismo problema, una misma angustia? La bombilla se ilumina y parece que de modo sencillo. La cultura, el país, el idioma... Todo se mezcla en esta grandiosa construcción que pretende alcanzar la sabiduría de Dios, comprender su lógica, para acabar hechos un lío. Pero Iñárritu quiere encender, por lo menos, una pequeña bombillita, que comprendamos algo sobre el hombre, sobre los hombres. 

 También Paul Haggis intenta poner en orden sus reflexiones sobre el racismo y la complejidad humana en Crash. Historias que se cruzan como siguiendo un esquema perfecto. Ningún cabo queda suelto, todo parece poner orden en el caos de libertades que pueblan la tierra. En la película todas las historias parecen seguir una dirección prefijada, se percibe cierta artificialidad que conduce a un cruce inevitable de los distintos personajes. Con un tono similar al de Babel, serio, lleno de silencios, cargado de tensión, el director crea una telaraña perfecta, demasiado perfecta para ser real. Aunque no en la misma película, Haggis también escribió el guión de las películas de Clint Eastwood Banderas de nuestros padres y Cartas desde Iwo Jima. Aunque en la película no hay juegos de malabares evidentes de personajes cuyos destinos se cruzan, si uno ve ambas películas crea esas relaciones de forma casual. Y es que las vidas de los soldados de los dos frentes se cruzaron, por casualidad, por destino o por providencia, pero seguían siendo extraños para los otros. Así como Iñárritu crea unos lazos que se cruzan de forma discreta o de forma casual, Haggis parece atar nudos guiado por el destino

 Al ver estas películas uno puede plantearse si habrá situaciones así en la propia vida. "Quizás en el pasado me crucé con esta persona a la que ahora debo tanto"...  Y así como en Crash uno llega a descubrir esos lazos, muchas veces nos quedaremos con la duda. Un destino que controla la vida del hombre parece forzado, pero si la fuerza que une personas es el azar estamos hablando de algo más cotidiano. Paul Thomas Anderson plantea una reflexión sobre el azar en Magnolia. El arranque de la película ya plantea esa eterna duda de "esto no puede pasar" que mantiene hasta el sorprendente final.

 Las historias que Anderson entrelaza en Magnolia ya estaban unidas desde el principio, por lo que no hay nada forzado (más o menos). Todos los personajes estaban ya relacionados aunque la historia nos empiece a contar la historia desde antes de su relación o en un momento en que esa unión había quedado aparcada. Es como si en vez de contar unas historias paralelas, el director hubiera cogido un grupo de personas y hubiera buscado a quienes tienen relación con ellos. 

 Aunque cruda (parece que las reflexiones sobre lo que une al hombre están muy unidas al dolor), mezcla todo tipo de sentimientos, ofreciendo una paleta de muy distintas reacciones frente al dolor o las situaciones incómodas. Los personajes, de manera orquestada, llegan a un mismo clímax en sus historias que se resuelve con un suceso desconcertante que consigue devolver a todos a la paz y la esperanza. Esa pregunta que la película plantea con los ejemplos que abren la cinta no es una duda de verosimilitud sino de asombro. ¿Puede esto pasar? no como en Crash donde el universo entero parece andar sobre la cuerda floja en un equilibro perfecto y armonioso, sino por la propia historia. No se pregunta por el manejo del guión, sino sobre el manejo del mundo y los caprichos del mismo. Y aunque el final saca al espectador del mundo que había configurado en su cabeza, solo podía haber ocurrido de esa manera. Una especie de deus ex machina que descoloca y llena de paz a los personajes, no por esa simple intervención, sino porque una vez ellos han solucionado sus conflictos ya solo les queda ver lo absurda que es esta vida y las sorpresas que depara. 




 Puede ser que quien vea estas películas, además de montar un puzzle dé un paso más y trate de encajar las piezas de la sociedad. Cada una de estas películas puede estar centrada en un aspecto concreto del hombre (la comunicación, el racismo, el perdón), pero también tratan sobre la sociedad. Cuando un individuo sufre, la sociedad, como un ente orgánico, lo siente, porque al final todos somos humanos, todos tenemos las mismas miserias y las mismas reacciones.


viernes, marzo 08, 2013

Blancanieves y la pizza de piña


 No me gusta la pizza con piña. No puedo entender ni siquiera el concepto. La pizza se supone que es una comida salada, italiana, con tomate, queso... Nunca he comprendido el toque exótico de la piña. No es que tenga nada contra esa fruta, ya que sola y como postre sí me gusta, sino que no me parece que su lugar sea una pizza. Además, se queda blanda y caliente. No me gustan las mezclas. Si algo tiene que ser salado, tiene que ser salado y si tiene que ser dulce, tiene que ser dulce. Y lo mismo pasa con el cine y la televisión: Si tiene que ser drama, que sea drama; si comedia, comedia. Ver una película en la que uno no distingue claramente el regusto final es como ese momento en que uno paladea el queso fundido y tropieza con los filamentos de la piña blandurria. 

En el momento, uno traga la pizza con entereza, no se va a poner a hacer disecciones, pero cuando se acaba el trozo y el único sabor que sigue ahí fijo es el de la piña... uno se replantea el momento en que decidió comer aquello. En otro momento hablaré sobre la sensación de sobremesa después de ver una película, pero básicamente mi teoría es que la calidad de una película a veces se descubre en la sobremesa, un tiempo después de haberla visto, y no nada más terminar el plato. 

Blancanieves de Pablo Berger comenzó como una pizza italiana de las de verdad, no una de las congeladas. Una película hecha en casa, con aceite virgen del Mediterráneo. Uno va saboreándola con gusto, olvidando que no ha sido sacada de un plástico con colorines. Las luces y sombras de la España castiza llenan la pantalla. El flamenco impregnaba cada imagen, cada plano casi sacado de una obra de Zurbarán. Pero vamos en orden. Nada más acomodarme en la butaca, traté de situarme: "Es una película en blanco y negro y muda. Trata de no compararla con The Artist... No es posterior, es solo más lenta porque es española y aquí nos tomamos las cosas con calma". He de reconocer que el efecto de las cortinas que se abren no acabó de convencerme, me impactó muchísimo más aquella sensación repentina que sentí con la película de Hazanavicius cuando descubrí el formato de pantalla por mí misma. Pero ese primer "chasco" desapareció enseguida. Bastaron un par de planos y aquella música que nada tiene que ver con la pianola del cine mudo. El gitaneo musical me desconcertó, pero la imagen tiene tantísima fuerza que lo armoniza a la perfección. Me sentía muy española, más que nunca. Y descubrí que aquella pizza era de base fina y con pimiento de la tierra. Hasta que encontré un pequeñísimo trozo de pizza. 



En medio de una película dramática, castiza, noble y taurina, encontré un pastiche rancio, de cómico forzado y burdo. La madrastra, el mal, la encarnación de todas las brujas de cuentos, de repente se convierte en un fantoche, una Catwoman sin gracia y sin atractivo. Un trozo de piña duro que desearía no haber encontrado ahí dentro. Pero pensé que se les había colado y que era un trozo menudo sin importancia. A medida que la película avanzaba encontré, sin embargo, otros trocitos de piña, de dátil, de pasas... 

Esa mezcla que encontré era más sutil, por no narrativa, sino estilística. Nos presentan una película de cine mudo como hacían los creadores de The Artist engañando un poco al espectador medio. Cine mudo con una única característica: es mudo. El resto de la parafernalia que acompaña a la copia del estilo de las primeras décadas del cine es más bien una mezcla de estilos e influencias. La fotografía de la película ha ganado el Goya, y no es para menos, pero supongo que no por su copia fidedigna del estilo del cine mudo, sino por su gran virtuosismo que podeis admirar en la página de Facebook del blog. En algunos momentos recuerda a las primerísimas obras cinematográficas, en otros momentos a los encuadres osados de Welles y los movimientos emocionantes de Hitchcock; las sombras de Bergman y las luces de Capra. Así que, quizás, esto ya no era piña, sino más bien el jamón, las anchoas y el bacon de la película. 

Resultado en sala: Pizza tropical. Resultado en sobremesa: Pizza de calidad con un tropezón accidental de piña. 



Actualización 28 de Mayo de 2013

Unos pocos días después de publicar esta entrada tomé pizza de piña, y, por supuesto, aparté la piña. Y al apartar la piña recordé a esa otra Blancanieves que también dejó de un lado la manzana para optar por la piña. Me refiero a la serie de la cadena americana ABC "Once upon a time". He de reconocer que la primera temporada me fascinó. Me gustó esa manera tan fresca de rescatar los cuentos infantiles y mezclarlos todo en una macedonia sabrosa. Las historias se mezclan sin problema, quizás le sobra un poco de azúcar, pero apela a esos recuerdos de infancia. Pero, como sucede con muchas series, cometieron un error: una vez la princesa hubo probado la manzana y su principe hubo roto el hechizo introdujeron la dichosa fruta tropical. La segunda temporada comenzó a mezclar los dos mundos y a mezclar personajes de cuentos más recientes o de otras fuentes no tan clásicas como los cuentos de los hermanos Grimm (un doctor Frankenstein se cuela en este mundo de cuentos con todo el descaro y una moderna Mulán, protectora de la Bella durmiente que no acaban de convencer a nadie). ¿Qué hubiera sido de la serie si hubiera finalizado con un final feliz en la primera temporada? En mi opinión hubiera sido un gran éxito. Entiendo que lo que da beneficio en ocasiones se convierte en una mina de oro o de polvo de hada, pero quizás podía haberse hecho manteniendo el espíritu de los dos mundos, el espíritu del bien y el mal separados por una manzana. El exceso de piña, el caos y la mezcla exótica acaba por empachar. Podéis encontrar también un álbum en Facebook sobre la serie.

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