jueves, octubre 25, 2012

Robert, aprende algo de Bruno



Querido Robert:
En realidad lo de dirigirme a ti como "querido" no sé si tiene mucho sentido. Sabes que te conocí cuando nada podía llevarme a llamarte así. Descubrí que cuando el miedo se consigue con un simple gesto de tipo duro, cuando el malo de la película es un tipo atractivo e inteligente, cuando no es necesario dar sustos para que el espectador grite; entonces estamos ante una gran película. Robert Mitchum, incluso tu nombre es una especie de encarnación del terror. No sé cómo lo haces, pero en tus películas consigues controlar la mente de los espectadores. Cape Fear muestra con delicadeza tu andar, tu mirar, provocando más de un escalofrío. Un hombre terrorífico que juega dentro del marco de lo legal y consigue atemorizar a una familia. Un personaje sereno que consigue inquietar, un malo de los de verdad. No sé si Gregory Peck está un poco flojo o es que tú conseguiste imponerte totalmente a pesar de la pelea en el agua. La verdad es que no es una película muy buena, pero, Mitchum, consigues mantener al espectador pegado a la pantalla todo el tiempo, sin pestañear, no vaya a ser que al cerrar los ojos aparezcas a su lado.

Además en esa películas recuperas ese mal hábito tuyo... Algo tienes con los niños... Ya sabía yo que tu vena de predicador y barbazul no había desaparecido totalmente. ¿No te colgaron en aquel pueblo americano? Quizás te escapaste y unos años después reapareciste por el río para buscar una nueva presa. Debiste de borrar aquellos tatuajes de sus manos con láser. Y, siento decirte esto, Robert, pero habías abandonado aquel estilo tuyo para convertirte en un macarra con flores hawaianas. Robert... Me gustabas más con aquel chaleco, con aquel sombrero de predicador. Si hubiera sido viuda... Hubiera caído en tus garras casi seguro. Aunque hubiera desconfiado un poco al verte hablar con tu dios (ese que te habla no es el Dios verdadero) con esa especie de aureola que enmarca tu mirada en la oscuridad. La noche del cazador... Y tanto. ¿Cómo pudiste ser tan cruel? Se me encogieron las tripas al ver a aquella mujer dulce y delicada convertida en un alga más. Aunque, te lo concedo, tu discusión con ella la noche de bodas fue un poco más delicada que la que tuviste con aquella muchacha a quien intentaste conquistar y utilizar en el cabo del terror. ¿Y lo de perseguir a esas criaturas de aquella manera? Mala hierba nunca muere, ¿eh? Sé que querías el dinero, pero ese rollo de vaquero misterioso en la lejanía es un tanto... creepy. En cambio perdiste toda la sutileza cuando llevabas aquellas pintas de macarra. Y dejaste tu sutileza para ser una especie de presencia peligrosa en la vida de la hija de Gregory Peck. Eso sí, había algo atractivo en tu mirada. Esa pose chulesca que siempre tienes, esa mirada que tan pronto es adorable como amenazadora... No sé qué es, pero hubiera intentado salvarte de la horca a pesar de los pesares.

Creo que escondes un resquicio de bondad. Sí, hubiera intentado salvarte, igual que lo hizo aquella monja que encontraste en una isla. La verdad es que aunque eras un pelín bruto al final consiguió ablandarte. Pero no sé por qué nunca me dio muy buena espina. Lo siento, Robert, pero todos recordábamos tu pasado, no nos hubiera gustado verte conquistar a una monja, eso no Solo Dios lo sabe... Y ella, aunque parecía buena e ingenua, seguro que te había visto antes con aquel sombrero de ala. Intento convertirte. Pero después de la guerra y tu fracaso con aquella mujer te fuiste a buscar a aquella niña hija de Atticus.

Ojalá hubieras aprendido algo de Bruno. Él... bueno, es un ángel. Y siempre lo será. Bruno Ganz sobrevolaba El cielo sobre Berlín, preocupándose realmente por quienes estaban ahí abajo. Escuchaba a quienes, agobiados, se debatían en duelos internos. Acariciaba al desesperado, al aburrido, al colérico. Pero quería vivir, amar, tomar café. Envidiaba nuestra vida. Así que allí, junto a una cafetería provisional de esas montadas en una especie de remolque, tomó una decisión. Y su vida empezó a tener color. 


También conservaba aquella ingenuidad llena de admiración y cariño en La eternidad y un día. También ahí tomaba resoluciones junto a la vagoneta de los cafés y salchichas. Sé que los ángeles no tienen nacionalidad, pero siempre me he preguntado en qué lugar de la tierra cayó Bruno. Sé que se lanzó desde la Columna de la Victoria y que cayó a todo color, pero aunque comenzó hablando alemán, también dominaba el francés, el italiano. Debe ser que los ángeles hablan todas las lenguas que el corazón humano domina. Después de todo, Bruno visitaba las bibliotecas, los metros, el circo. ¿Cómo no iba a aprender todo lo aprendible? Lo siento, Robert, pero aquel ángel que abandonó la coraza conocía a cada hombre. Todo lo había visto. Aparte de que él sí había visto cara a cara a Dios, conocía lo que hace más humano a los hombres, conocía esa línea de la vida y la muerte. En Berlín trató de que muchos no la cruzaran, pero eligió dar el paso al otro lado por una acróbata. En Grecia (sí, también estuvo en Grecia y hablaba perfecto griego) pasó su último día a este lado paseando sobre la delgada raya dibujada en el suelo con tiza. Ese día que robó a la eternidad sirvió para encontrar ángeles como él, ángeles del pasado, del presente. Niños, ancianos, bodas. Y él seguía acercándose a aquella furgoneta que vendía salchichas. Después Bruno decidió volver a dar un salto, esta vez mortal, tras acercarse peligrosamente a un grupo de terroristas. Y entonces hablaba inglés con acento alemán. Nunca entendí cómo llegó a ser un miembro de la policia secreta de la Alemania Democrática. Sin identidad. Y eso que no era él quién había olvidado su pasado. 

Robert, quizás esto te haga añorar tu pasado. Quizás quieras regresar a aquel pasado de bondad que seguro existió. Si quieres puedes revisar algunas fotografías en Facebook. Porque sabes que las imágenes y las historias se complementan. Quizás no me creas y no quieras aceptar que tienes un fondo que podía ser de ángel. Una imagen, una historia. Revísalas si quieres en la página del blog. Puedes empezar por las tuyas propias, por las de aquella Noche del cazador, por las de aquellos días de los que Solo Dios sabe, por tu andares inquietos en el Cabo del Terror. Y si aún queda algo de esperanza en ti, Robert, siempre puedes copiar algo de aquel ángel que sobrevoló El cielo sobre Berlín y que siguió siendo un ángel durante La eternidad y un día.

sábado, agosto 25, 2012

Cine y memoria

 
  Tengo un amigo que tiene un olor característico. Debe ser el único de mis amigos y compañeros que usa esa colonia (tengo que preguntarle cuál es). De vez en cuando, en las situaciones más variadas, caigo cerca de alguien que huele exactamente igual que él, entonces la mente, la memoria, empieza una carrera hacia el pasado y saca todas las imágenes y sonidos relacionados con ese olor. Al principio le cuesta localizar las secuencias de la gran bobina de mis recuerdos, pero en seguida se enciende la bombilla del proyector y una secuencia de montaje aparece en la pantalla: aquel rodaje en el plató, esa conversación bajo el sol con un Ipad, un café de avellana espolvoreado de momentos amargos, un gesto para colocar el flequillo en su sitio... Mi memoria vuelve a proyectar siempre en imágenes y sonidos, en material audiovisual. Hay veces también en que un decorado, un paisaje, me trae escenas que allí sucedieron. Un paseo en coche por ese lugar mientras hablábamos de las amistades de guerra, una conversación en aquel banco, una espera frente a aquella tienda, un enfado en una parada de autobús. Pienso que la película de Malick, El árbol de la vida, está montada como el pensamiento humano: fogonazos de memoria, imágenes sueltas, conversaciones a raíz de un lugar, de un personaje. Porque aunque para narrar solemos utilizar el orden cronológico, la memoria compone versos libres. Pero me estoy yendo lejos, porque no sé nada de psicología ni es de lo que quería hablar, no vaya a ser que acabe dudando incluso de mi propio nombre. 


  ¿Cómo recordamos a los egipcios? De perfil. ¿A Luis XVI? En color pastel y con peluca. ¿Y a Hitler? En blanco y negro. Quienes hemos visto decenas de películas bélicas anteriores a Ryan y quienes lucharon en Vietnam, coloreamos las batallas con la escala de grises, incluso esas películas más recientes rezuman esas tonalidades grisáceas. Los gangsters se esconden bajo el ala del sombrero mientras dejan entrever un fusil gris entre los grises pliegos de su abrigo negro y sus zapatos se acercan al charco negruzco junto a su última víctima. El arte nos facilita conocer el pasado por sus representaciones. El cine y la fotografía dan un salto, grabando imágenes más cercanas pero tiñéndolas de blanco y negro. El cine crea en mi mente imágenes del mundo, pero ¿y cuando es el propio mundo el que crea imágenes del cine? No sé si es algo común, supongo que el dedicarse al cine influye, pero en mi cabeza hay vivos recuerdos que no proceden del mundo sino de la pantalla.

  En estás últimas vacaciones me he encontrado, sin quererlo, con grandes momentos del séptimo arte. Lo primero que me hizo caer en esto fue un paseo en barca por la Albufera de Valencia. Ya en la barca, que podía ser impulsada mediante una pértiga, nos desplazábamos entre estrechos pasillos de altos juncos. Había patos, el agua lanzaba destellos al reflejar el sol del atardecer, la barca se desplazaba sigilosamente, como escondiéndose. Y pensé que ya había estado ahí, pero con sol del mediodía. Pero en mi recuerdo las palabras, consejos e indicaciones no eran en valenciano, sino en italiano. Porque yo no había estado en esa barca, habían sido mis camaradas de la resistencia italiana en el último episodio de la película de Rossellini, Paisa. Y cuando vi atardecer allí mismo pensé que era un momento digno de El árbol de la vida o incluso de Apocalypse Now si entre tanto junco hubiera habido alguna palmera o un helicóptero sobrevolando las aguas con Wagner de fondo. Al acercarnos a la orilla y comenzar a saltar fuera de la barca vinieron a mi mente aquellos chiquillos que asustados huyen por el río y se refugian entre vacas. Ya al salir, vi una pequeña balsa hecha con gavillas de paja y me acordé de magnífica Amanecer de Murnau. 



  Recordé que unos días antes había visto unas fotografías de mi hermana en su viaje por Europa y estuve a punto de llamarle para explicarle lo que se había perdido. Vi una foto de ella y sus amigas en Viena junto a la gigantesca noria donde Harry Lime explicaba a Cotten su comparación con las hormigas. Subieron a esa noria sin conocer aquella intensa conversación. No sé si se fijaron en la placa que recordaba tan memorable suceso (si no hay una placa así, debería haberla). Sé que estuvieron también en la ópera donde sí hay una placa que recuerda a Mozart, pero ¿habría también otra que recordara a Wolfie y al hombre de la máscara doble? En Salzburgo no subieron al mirador donde fräulein Maria enseñaba la escala a los niños del general. En Milán no vieron a los mendigos de De Sica que sobrevuelan la ciudad en escoba. En Berlín no estuvieron, ¿pero qué más da si seguramente no hubieran tratado de encontrar a Bruno Ganz sentado en la escultura dorada?

viernes, agosto 17, 2012

In the mood for infidelity



Una película suele construirse alrededor de varias situaciones de crisis en la vida del personaje. Tras varias caídas, el personaje o cae definitivamente o se levanta victorioso. Así el cobarde se vuelve valiente (Billy Elliot), el irresponsable encuentra lo valioso de su vida (Kramer contra Kramer) y el niño se vuelve hombre (¡Qué verde era mi valle!). 

En muchas ocasiones, el amor solo resulta fortalecido cuando es probado hasta el límite. Y es que si no hay prueba no hay victoria, hay rutina. Los triángulos amorosos han sido una constante en la literatura y el cine universal. En el cine hay triángulos de todos los tipos: triángulos equiláteros, isósceles y escalenos.Una comedia como Luna nueva (¡Cary Grant, no los vampiritos!) presenta tres personajes con relaciones muy distintas unas de otra, como un triángulo escaleno. Hildy amó a Walter, pero se alejaron y ahora el vértice de Bruce es más cercano. Desde el comienzo de la película intuímos que el triángulo cambiará de orientación y, por ser una comedia, casi no identificamos la infidelidad de Hildy. Comprometida con Bruce, el día antes de la boda cancela el compromiso. Pero los lados de esos triángulos de las comedias románticas clásicas suelen ser bastante largos (Historias de Filadelfia, La fiera de mi niña). Las relaciones no son estrechas, y es eso, quizás lo que permita las infidelidades casi como un juego.


Otras películas pueden presentar estructuras equiláteras. Podría parecer un conflicto sencillo y básico del estilo "¿A cuál de los dos elijo?" como en algunas películas románticas para adolescentes como Pearl Harbor, pero pueden darse versiones más complejas. Creo que mi comparación con los triángulos empieza a ser un poco más compleja cuando las historias de amor son dramas en vez de comedias. Rossellini dirigió la película Viaggio in Italia, traducida a modo spoiler en español como Te querré siempre. Si uno ha visto la película, comprenderá que no es una película clásica de triángulo, pero parece haber algo que se interpone en el matrimonio Katherine y Alexander. Parece que son ellos mismos los que provocan ese alejamiento del otro.

La película de Rossellini presenta la historia íntima de un matrimonio que se deshace. Los personajes, casados ya desde hace un tiempo, van a Nápoles a vender una casa que pertenecía a un tío difunto. Aprovechan para estar solos unos días de vacaciones, pero una vez allí se dan cuenta de la fragilidad de su matrimonio. La película consigue transmitir la situación interna de la pareja a través de sus paseos y actividades cuando están solos. Katherine visita la zona, normalmente sola, mientras su mente y su corazón se refugian en la memoria de un amigo recientemente fallecido. Ella no consigue quitar de su mente la preocupación por su matrimonio, los miedos, la ansiedad. Visita lugares que ella consigue teñir de angustia: las estatuas de los museos se alzan amenazadoras, los templos se convierten en lugares agobiantes que aprisionan y encadenan ("Como el matrimonio" parece pensar ella), los paisajes son salvajes y peligrosos, hechos de un fuego inconsumible. Una de las mejores escenas de la película puede ser la de la noche que en que ella espera a su marido incapaz de dormir. Cuando Alexander llega, disimula pretendiendo parecer dormida e indolente, pero cuando se queda sola su rostro no hace sino transmitir todas sus angustias interiores. Katherine se debate entre su matrimonio y el antiguo cariño que le unía a su marido, y su propia satisfacción y valía individual.



Alexander parece querer distanciarse de su mujer de forma diferente. Opta por buscar la compañía de otras mujeres: busca primero una relación romántica con una mujer a la que puede proteger. Cuando descubre que esa mujer está casada parece intuir una cierta semejanza con la situación de su propio matrimonio. Intenta después refugiar su incomodidad en un bar y con una prostituta, pero se arrepiente cuando conoce los sentimientos rotos de la mujer que busca alguien que le consuele y conforte. La situación se hace insostenible, no por los conflictos externos sino por la propia incomodidad y tensión interior de ambos, y conduce a una solución definitiva: el divorcio. Ambos se reconocen incapaces de mantener la fidelidad a ese amor que en un momento les unió sin negarse a sí mismos. El yo se interpone entre la pareja. Y cuando ya todo parece estar cerrado sucede el milagro. Y no hablo de milagro en sentido figurativo, sino literal. Una especie de curación sin explicación. Un milagro que pasa por encima de la miseria y egoísmo humano, e incluso por encima de la voluntad creadora del guionista, que contra todo pronóstico se deja llevar por la fuerza misteriosa que reune al matrimonio sin ningún motivo que lo justifique. El extremo del triángulo de la autoafirmación queda abolido y la distancia equidistante del yo desaparece, anulando el triángulo que pasa a convertirse en una fuerte unión de dos puntos.




Otra película que presenta una gran crisis de fidelidad es Diario de un cura de campaña de Bresson. En la sobria película del director francés, Dios es el otro personaje principal. Un joven sacerdote comienza su labor pastoral en un pueblecillo de gentes duras que harán todo lo posible por quitar al párroco de sus vidas y su pueblo. Pero esas dificultades externas no son sino un elemento añadido al malestar interior. El joven cura también sufre grandes dolores de estómago. El demonio parece haber puesto todos los obstáculos posibles para que el sacerdote pierda su amor a Dios y con él su vocación. El sacerdote confiesa haber perdido la fe, o eso le parece. Es como si Dios hubiera salido de su vida sin él darse cuenta, dejándole solo y abandonado frente a todas las dificultades. Aquellos que parecían sus seguidores le traicionan como Judas. Los poderosos le condenan, cargándole con un peso que parece no poder llevar. ¿Y dónde está Dios ahí? El joven sacerdote clama auxilio durante toda la película, cae varias veces, una mujer limpia su rostro, encuentra a una viuda en el camino a quien consuela devolviéndole la vida... El sacerdote se acerca a la ciudad, arrastrándose. Allí, en lo alto del monte, encuentra a dos almas pecadoras: Un hombre que robó el amor de Dios para luego malgastarlo y una joven que robó a un hombre de Dios para salvarlo de él mismo. En un último aliento de vida, el joven sacerdote entrega su alma a Dios, enamorado y sonriente.



El amor probado hasta el límite... no siempre tiene final feliz. En la película de Kar Wai Wong, In the mood for love, los protagonistas no hayan descanso ni reconciliación. Un hombre y una mujer se conocen al mudarse al mismo lugar. Ambos están casados y sus conyuges pasan mucho tiempo fuera de casa por trabajo, por lo que ellos comienzan a coincidir y descubrir cosas en común. Ambos mantienen la distancia a pesar de sentirse atraídos, buscan la compañía del otro pero de forma comedida. El director consigue introducirnos en el alma de estas personas solitarias. La música melancólica, los juegos de velocidades de grabación, el acariciar de la luz muestran la sensualidad que rodea su relación. Se miran, se atraen, se observan; pero no se rozan.



Una corbata y un bolso les descubren que sus parejas tienen una aventura y comienzan un juego para comprender qué les llevó a aquello. Pero ellos jamás cruzarán la línea, incapaces de caer en los mismos errores. La película es deliciosa, los actores no necesitan hablar. El tiempo del relato salta, como jugando con el pasado y el destino de cada protagonista. La cámara no es curiosa, ni testigo; es poeta, músico, pintor. Lanza trazos sobre la pantalla que dibujan un boceto, el boceto de un hombre y una mujer que pasean, tambaleando, en los límites de la infidelidad quedando como inocentes porque son humanos llenos de miserias y un corazón que busca ser llenado. In the mood for love habla de forma sutil, dejando entrever el valor de las cosas pequeñas, de los pequeños detalles que enamoran y de los pequeños deslices que hacen enamorarse de quien no se debe. Pero, ante todo, esta película, como las anteriores, muestra como esas momentos en que todo parece quebradizo dejan al aire la verdadera naturaleza del amor entre esos protagonistas.

miércoles, mayo 16, 2012

It was there. El metraje del pasado


El pasado tiene un gran peso en nuestras vidas. Cuando contemplamos una imagen fotográfica del pasado los protagonistas nos interpelan. Los muertos parecen recobrar la vida. Nos miran desde el interior del marco y parecen llamarnos sin mover los labios, como en la película El club de los poetas muertos. Esas personas estuvieron ahí. Hubo un fotógrafo que los detuvo en el tiempo. Una mirada que momificó todo posible cambio como afirmaba André Bazin. Los viejos álbumes tienen el poder de atraernos, uno siente una curiosidad casi irrefrenable ante fotografías de la propia familia e incluso de gentes desconocidas. ¿Quiénes son? ¿Por qué tienen esa mirada? ¿Qué les sucede? La imagen documental -fotográfica o cinematográfica- además de tener una fuerte carga de realismo, tiene un gran componente de misterio.


Estamos acostumbrados a los documentales históricos donde se nos muestran imágenes de personajes históricos, batallas, hechos relevantes. No nos resultan extrañas esas imágenes arrancadas del curso del tiempo en documentales. Se nos muestran como noticiarios, crónicas de hechos pasados. Un ejemplo de este documental más convencional es The Spanish Earth de Joris Ivens sobre la Guerra Civil española (puede encontrarse completo en el canal de unaimagenunahistoria en Youtube). El documental está construido totalmente con metraje de Fuentedueña, Madrid y el frente de batalla durante dicha guerra. El documental de Ivens narrado por Hemingway no se queda en una mera captación de imágenes. Cada detalle está cuidado con esmero. Cada imagen, aun llena de dureza, resulta bella al ojo del espectador. Ivens construye un relato, una historia humana de superación y lucha.

También construyen una  historia Jayne Loader, Kevin Rafferty y Pierce Rafferty en The Atomic Cafe. Esta vez el empleo del metraje pasado tiene una finalidad irónica, paródica. The Atomic Cafe une imágenes de vídeos educativos, metraje de archivo histórico, películas de ficción y otras imágenes documentales para construir un significado nuevo. Imágenes educativas sobre qué hacer en caso de ataque nuclear se convierten en un relato expresionista de la paranoia nuclear. Las imágenes originalmente serias son arrancadas y despojadas de su contexto original dando lugar a una crítica que consigue hacer reir.


Otro tipo de construcción es la que el director español José Luis Guerín realiza en Tren de sombras. Una construcción en tres pasos: Construcción, reconstrucción, reinterpretación. Guerín juega con esa fuerza y ese misterio que emana la imagen fotográfica. Nos muestra las supuestas imágenes grabadas por una familia en Le Thuit. Y Guerín construye una historia a raíz de la "historia". Eso que nuestra cabeza hace en ocasiones ante una fotografía, él lo hace ante unas imágenes del "pasado". El celuloide recorre la pantalla, regresa al pasado, se detiene... Quien ha descubierto esas imágenes detiene su mirada en las miradas de los propios personajes. Y así consigue también cruzar nuestros ojos con los de aquellos personajes del pasado. Comprendemos las intenciones de aquellos fantasmas y percibimos la fascinación por el cine de quien ha creado todas esas miradas. Tren de Sombras tiene una gran fuerza por ese intento de recrear el poder de la imagen documental.







viernes, abril 13, 2012

El arado que labró las llanuras (The plow that broke the plains. Pare Lorentz, 1936)


América desde el cine. Imaginamos un John Wayne, paseando por la estepa. Un John Wayne cabalgando, buscando un hogar. Un hogar en el que no faltan dificultades, una casa blanca con porche en medio de una explanada seca. Una casa de madera blanca, quizás rodeada de inmensos campos de trigo como la de Malick durante esos Días del cielo. O puede que sea una casa amenazada por un fuerte vendaval como el que consiguió que Dorothy acabara buscando a un tipo llamado El Mago de Oz. ¿De dónde salía esa atroz tormenta? ¿Acabarían el Espantapájaros, el Hombre de Hojalata y El León cobarde en un carromato atravesando el Dust Bowl y alojándose junto a la familia Joad de Las uvas de la ira?
Esas praderas llenas de futuro de los cowboys se convertían en llanuras desesperanzadas, en carros que levantaban polvaredas dejando atrás la sonrisa amarga del funambulista del bigotillo de El Circo. Los forajidos que asaltaban ranchos ya no eran villanos sino víctimas necesitadas de algo de comida. Los Bancos parecían abrir sus arcas a cada pareja de pistoleros que viajaran en un coche empolvado como Bonnie y Clyde o a un padre que ansiaba reencontrarse con los suyos mientras clamaba al cielo en busca de un hermano que le ayudara sinceramente: Oh, brother!


¿Cómo acabó esa tierra convertida en una polvareda infernal? Pare Lorentz se preguntaba lo mismo y en 1936 dirigió un documental sobre el origen de aquella tragedia. El arado que labró las llanuras tuvo la culpa de aquello, pero Estados Unidos no sucumbiría ante un error. Lorentz muestra el proceso de destrucción de aquellas tierras. Como un médico explica la historia clínica con imágenes que prueban la tragedia. Y como médico tiene una receta. Su discurso abre una puerta a la esperanza.

miércoles, abril 11, 2012

El último metro (Le dernier métro, François Truffaut 1980)


Hace mucho que vi Los 400 golpes de Truffaut. Hace quizás demasiado. Y quizás el olvido y el estudio de la historia del cine me llevó a ver El último metro como una especie de experimento cinematográfico. Pensaba encontrar algo críptico tipo Hiroshima mon amour de Resnais o algo estilo Al final de la escapada de Godard. Y encontré algo que me sorprendió. Una tragedia entre bambalinas con un estilo parisien que me recordó a Sous les toits de Paris (esos ciudadanos que se juntan en las calles para cantar y olvidar los momentos malos en la capital francesa). Truffaut decía que no se trataba de una película política, ya que eso era algo burdo. Su película gira entorno a los sentimientos de sus protagonistas. 

Estaba dispuesta a encontrarme con estructuras un tanto complejas propias de la Nouvelle Vague, pero salvo algún momento puntual, la película sigue bastante las convenciones a que estamos habituados. El director parece aprovechar algún recurso diferente, como el comienzo semi-documental, algunos planos con cierta añoranza de la Nueva Ola o esos personajes nada prototípicos del cine hollywoodiense. Los personajes atraen desde el primer momento. Catherine Deneuve no es ya aquella joven inocente de Los paraguas de Cherburgo sino una hermosa y madura mujer capaz de cagar con un teatro, un marido escondido y todos los dramas de una época. Gerard Depardieu, joven, tiene un gran atractivo en la película.


El momento histórico y la trama teatral permite un gran lucimiento artístico sin distraer de la historia y los personajes. La película es Europea de naturaleza. Intuyo que Tarantino había visto El último metro antes de hacer Malditos bastardos. Lo que en Tarantino se convierte en espectáculo, aquí resalta lo humano e íntimo. Una película de personajes más que de trama histórica. Aunque el componente histórico se hace indispensable. Fascinante final que consigue desconcertar durante unos minutos. Un juego de malabares exquisito a modo redoble de tambores final.


martes, abril 10, 2012

Documental y Propaganda de guerra. Why we fight y Listen to Britain


Propaganda de guerra. Imaginamos una voz autoritaria, unas caricaturas del enemigo, una bandera que ondea. El cine documental ha estado muy próximo a la propaganda bélica. Y es que todo líder político se da cuenta de la gran influencia del cine. Ya lo dijo Lenin: “De todas las artes, el cine es para nosotros la más importante”. Parece que solo los dictadores han tomado medidas más estrictas de control del cine, y al margen de las ideologías y corrientes políticas, hicieron un buen trabajo. Grandes cineastas y documentalistas contribuyeron a crear propaganda durante los tiempos de guerra. El campo de la ficción cuenta con miles de ejemplos de películas de propaganda, sobre todo en la industria soviética y norteamericana, donde los estudios adoptaron las mismas transformaciones que el resto de las industrias pasando a producir material bélico. Durante la guerra, estos países produjeron un gran número de películas de género bélico o ambientadas en periodos de guerra como El acorazado Potemkin o Los mejores años de nuestras vidas

También el documental fue utilizado en el campo de la propaganda bélica. Es muy conocida la película de Leni Riefenstahl El triunfo de la voluntad. Las obras de propaganda de los totalitarismos llaman la atención por sus imágenes y discursos grandilocuentes, sin necesidad de recurrir a una voz que dicte la forma de pensar. La propia forma ya crea un discurso, facilmente comprensible por todos. 
Las democracias también recurrieron al cine y al documental. La estructura del noticiario es más típica de este tipo de producciones. Los grandes del cine de Hollywood contribuyeron a la causa en la Segunda Guerra Mundial con una serie de documentales titulados Why we fight.  El primero de estos documentales, Prelude to war, dirigido por Frank Capra ejemplifica el típico documental de propaganda bélica. Imágenes y comentarios claros, una voz "paternal" que indica el buen camino. Capra reúne gran material de archivo para construir su discurso bélico.



Otro estilo de propaganda bélica es el del británico Humphrey Jennings en Listen to Britain. Jennings recoge los sonidos de Gran Bretaña en el periodo de la guerra. Las escenas cotidianas de mujeres, soldados de permiso, fábricas armamentísticas son unidos por un hilo común: el sonido. El documental no recurre a una narración para explicar el impacto de la guerra en el país. Con cierto tono poético, Jennings no olvida que el cine es un medio sonoro también. Listen to Britain es un documental breve, de unos 20 minutos, que también se preocupó en el cuidado de la forma, por lo que aún hoy nos puede parecer interesante y atractivo.



lunes, marzo 19, 2012

Cine y crisis



Crisis, una palabra de moda. No quiero hablar de películas pegadas a la actualidad financiera sino de películas de crisis personales. Partiendo de que en toda película con una narrativa clásica el protagonista pasa por varias crisis, hay cineastas que construyen su obra alrededor de grandes crisis personales. Crisis de valores, de convicciones, de identidad. Grandes películas sobre problemas esencialmente humanos, comunes a todos nosotros. Situaciones que a todos nos pueden pasar y que nos acercan misteriosamente a la película, a los personajes. Por ello son películas que se quedan con nosotros, personajes que volvemos a ver una y otra vez con el transcurrir de la vida.

Comenzaré con la más antigua: Amanecer (Murnau, 1927). Bellísima película expresionista cinematográficamente. Cada ángulo, cada recurso del montaje, cada composición, crea una sensación en el espectador. Una infidelidad y una decisión radical que llevan al protagonista a una gran crisis. Una lucha entre el bien y el mal simbolizados en dos ciudades y dos personas. El campo y la mujer que cuida amorosamente de su bebé son el bien; la moderna ciudad y la amante egoista son el mal. En medio, un hombre confuso, un hombre en crisis. 


El hombre cae en la tentación de la mujer de la ciudad y decide acabar con esos hilos que parecen esclavizarle y "cortarle las alas". Tiene momentos de duda, diálogos con la tentación, maravillosamente mostrados mediante sobreimpresiones. El hombre va a tomar una decisión drástica, lo planea todo. Un perro parece ser el único que pone en sobreaviso a su mujer. Ella empieza a temer en la barca. Y ante el temor de ella, el marido se arrepiente. Llegan a la ciudad donde ella intenta huir de su marido, tratando de explicarse lo que ha ocurrido. Él le pide perdón una y otra vez. Enfadado consigo mismo, arrepentido, intenta consolarla. Ella sigue confusa y dolida. Ambos deambulan por las calles, mudos. Llevan el drama a la gran ciudad. El perdón ante los hombres no parece suficiente. Es entonces cuando ambos entran en una iglesia donde una pareja contrae matrimonio. Y solo al ver un amor nuevo que trasciende lo humano, el marido comprende lo que ha hecho y se arrepiente de verdad. Solo con esa carga de trascendencia él se arrepiente y ella perdona. 


Pasean por la ciudad de nuevo. Esta vez ya no es un lugar malvado, sino una nueva oportunidad donde comenzar su historia de amor. Vuelven a hacerse jóvenes, a recuperar la alegría y el valor de su matrimonio. Un renacer a la vida y el amor tras una fuerte crisis. Tras haber vuelto a encontrar el sentido de su vida, sufre la muerte de su mujer. Pero ese amor verdadero provoca la "resurección" de la mujer. El amor ha salvado a los dos. El pueblo deja de parecer aburrido para ser un lugar luminoso. 

También Cal en la película de Elia Kazan, Al Este del Edén, está sumido en una profunda crisis. Su padre, Adam (padre de todos los hombres) parece no reconocerlo como hijo suyo, él interpreta ese papel que su padre le ha asignado. Una historia de dos hermanos, uno ejemplar y el otro rebelde y atormentado. Los hijos de Adán, Caín y Abel. La Biblia nos cuenta que Caín mató a Abel por celos, por la ofrenda perfecta que su hermano había hecho. James Dean intenta ganarse el favor de su padre. Tras descubrir que toda su historia es falsa, tras conocer a su madre que pensaba muerta, entra en una gran crisis. Abandonado por todos, sin el amor de un padre, de una madre, decide "gastarse su parte de la herencia".  Y al caer en todas las miserias decide volver al padre, como un hijo arrepentido. El hijo pródigo vuelve a casa, a sus orígenes, donde su hermano Aron siempre había permanecido. Y el hijo mayor se pregunta cómo ese pecador que abandonó a su padre es tratado mejor que él, que siempre estuvo a su lado. Pero el hijo desaparecido se encuentra ante su propia incapacidad para hacer el bien y la crisis estalla. 


Abel (Aron) muere, Caín lo mata al mostrarle, en un ataque de ira e incomprensión, las mentiras de su padre. Pero Cal queda expulsado del paraíso. Lejos de su padre, solo de nuevo. Cal no puede volver a la paz hasta saberse perdonado por su padre, hasta saberse querido por sí mismo. Y el amor vuelve a curar, a superarar la crisis. 

La película de Terrence Malick, El árbol de la vida, es quizás una de las películas más esperanzadoras ante una crisis personal. Jack (Sean Penn) se despierta tras haber soñado sobre su pasado. Ese sueño turba todo su día. En el trabajo recuerda a su hermano muerto en el pasado, habla con su padre a quien parece culpar de lo sucedido. Su día queda marcado por la duda, una revisión a su vida. Levanta el pensamiento a Dios, su memoria se pierde en retazos de su vida. La muerte de su hermano supuso una gran crisis familiar de la que parece no haber salido. Pregunta a Dios por su sufrimiento, Jack se plantea el sentido de su existencia, los porqués de su vida. Y Terrence Malick consigue mostrar esas crisis profundas en que uno comienza a dudar de todo: sus acciones, sus relaciones personales, su familia, la existencia de Dios, el porqué del mal, la esencia humana en comparación con la grandeza del universo. Y Dios parece responder a Jack. Le hace entender que somos solo una parte ínfima de la creación. Una creación llena de misterios y dotada de una gran belleza. El hombre el rey de la creación.


Entonces, como en pinceladas, Jack recuerda algunos momentos de su infancia. Desordenados, impresiones sensoriales grabadas en su imaginación. La película se centra en la relación de Jack con su padre y en el paso a la primera madurez del niño. Los enfrentamientos con el padre se intercalan con momentos de contemplación de la vida familiar y momentos de paz, casi angelicales, que tienen como protagonista a la madre. Los personajes hablan con Dios, le preguntan por el significado de sus vivencias, le agradecen sus dones y le piden ayuda. El niño mayor comienza a darse cuenta de que puede ser protagonista de sus historia, y ve como dañiño el control paterno. Busca la tentación, como cualquier niño en su despertar a la madurez. Pero aunque Jack actúa, también observa. Son magníficas las escenas en que el padre abraza a su hijo con infinito cariño y éste se halla confuso entre el amor que ha de tener a su padre y el odio que comienza a germinar en él.


Malick consigue detener mil y un detalles típicos de cada familia. Sin necesidad de grandes dramas ni tragedias, la vida de esta familia es la nuestra. No recuerdo ninguna película que consiga captar tanto de forma tan sencilla. El comienzo muestra una familia envidiable, parece que todo es bello, a pesar de los pequeños celos entre hermanos y las gamberradas de los chicos. Pero vemos que son una familia como cualquier otra. Sufrimos por el comportamiento del padre, pero le entendemos. Hay dos escenas en la película que dejan sin respiración. Una es el momento en que Jack se acerca a su padre que arregla el coche. Justo antes hemos oído las oraciones del chaval: "Ayúdame porque hago cosas que no quiero hacer. Ayúdame a no contestar mal a mi padre, a querer a mis hermanos". Y en medio de sus oraciones oye a su padre. "Haz que se muera". Jack se acerca a su padre, al gato que levanta el coche. Y tememos lo peor.


También nos hiela la sangre la escena de la discusión en la cena ante la mala contestación del hermano mediano. Sabemos que no va a suceder nada trágico, pero nos vemos en ese comedor. Comprendemos a nuestros padres, a nuestras madres. Recordamos peleas en nuestra casa, pequeñas insolencias de los niños. Los problemas de esa familia son los problemas de cada familia. Pero Dios está presente, y quizás por eso todo parece tener un sentido y una belleza intrínseca. Esa crisis de la madurez acaba con la inocencia del chaval y parece marcarle para siempre.

Dios continúa explicándole a Jack adulto el sentido de la vida y qué es el hombre para Dios. El final de la vida resulta majestuoso: Una visión del fin del mundo, de la resurreción de los muertos. Jack se reencontrará con toda su familia, ya no importarán los sufrimientos, el perdón será posible y sincero. Su padre le abrazará, y su hermano mediano muerto no le culpará. Jack comprende que los sufrimientos de la tierra no son nada comparados con la alegría del final. Su crisis de personalidad ya de adulto parece encontrar una luz, un sentido, algo hacia donde dirigirse. Es quiezás como ese dinosaurio del comienzo que parece que va a acabar con la vida del otro. Solo aprieta y se aleja, mirando hacia ese río que no deja de fluir. Sean Penn ya puede sonreír de nuevo.

lunes, marzo 12, 2012

He visto la cara de Dios, y sonríe.

No, la muerte no es algo extraño al cine. En gran parte de las películas el héroe ha de morir para que su vida tenga un final dramático. Y si no es el protagonista quien muere, es su amigo, pareja, hijo, padre, etc. Hay muertes de inocentes que sirven de catalizadores, hay muertes de amigos que sirven de redención, hay muertes de malvados que funcionan como castigos, hay muertes de héroes que se convierten en catarsis y purificación. No, la muerte no es extraña al cine. Pero, ¿y la muerte como protagonista, como actor?
Retomo este post a medio escribir y pensar después de haber visto El árbol de la vida y Melancholia. Y de volver a ver Alumbramiento de Victor Erice. Después de una clase sobre iconología donde han salido mil elementos, ideas, películas y personajes que llevaban una temporada paseando por mi cabeza sin querer unirse ni saltar al lenguaje escrito. Las lanzo para que una vez ya en el papel (en la pantalla) no se hagan las vagas y comiencen a moverse: O Brother, guadañas, parcas, hilos y relojes. Frankenstein, bebés y una partida de ajedrez. Sokurov, Bergman y Dreyer. Retomo el hilo de pensamiento de hace unas semanas al que uno un cabo esperanzado por las nuevas ideas y por el anuncio de un niño a punto de nacer justo tras ver el corto de Erice.



Pensaba en la película O Brother! Ya hablé de ella, desde el fondo del perdón, dejando pendientes los temas visuales. ¿Cómo no descubrir ahí a esa muerte que merodea, que persigue? Va siguiendo a los protagonistas, implacable.


Viene del mismo infierno, del Hades, donde solo hay fuego y odio. Viene siempre con su Cerbero. Y no deja de seguirles hasta poner a los personajes al otro lado de la Laguna Estigia. Allí esperan las Parcas, ciegas, preparadas para cortar el hilo de sus vidas.


Los hilos que separan la vida y la muerte cuelgan de un árbol. La muerte les ha seguido constantemente, sin perderlos de vista. Controlando cada segundo de sus vidas.

La muerte juega con los hombre, se acerca con la guadaña, los vigila de cerca, se hace el encontradizo, se presenta en el camino, se acerca y se aleja. Nos reta como en El séptimo sello de Bergman saliendo siempre vencedora. Pero la muerte puede ser cruel (ese baile terrorífico de Melancholia) o amable (como ese otro baile de la obra de Bergman) o estrambótica y sin sentido (la marcha-danza nocturna en La dolce vita)

La muerte de Bergman, la muerte de Dreyer en Ordet, coge a las personas y las lleva a otra parte. Van danzando a otro lugar, tal vez incierto, pero a otro lugar. Aun en el Hades, las almas permanecen. Y en algunos casos regresan al mundo de los vivos. Orfeo bajó a los infiernos a rescatar el alma de Eurídice (Disney mandó a Hércules allí abajo a por Megara). Lot parecía estar a punto de salvar a su mujer cuando esa re-visión de lo que dejaba detrás la convirtió en una estatua de sal. Ese querer comprender, conocer, los secretos de la muerte, sus caprichos, no dan lugar a la esperanza de una salvación.



Jack en El árbol de la vida de Malick mira atrás continuamente. Intenta buscar explicaciones en su padre. Ese padre que parece querer controlar cada segundo de la vida de sus hijos desde el ático. Jack convierte a su padre y a su hermano en una estatua de sal. Pero hace un segundo viaje a la Laguna. Es más bien, arrebatado a ese lugar. Es llevado a re-visionar su vida hasta mucho más atrás, hasta los mismos orígenes del mundo. Y es ahí donde descubre que la muerte continúa su danza después de esta tierra.

Ya lo decía Jorge Manrique tras la muerte de su padre. Y lo han dicho muchos otros. También en el cine:

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
  qu'es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
  e consumir;
  allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
  e más chicos,
allegados, son iguales
los que viven por sus manos
  e los ricos.



Este mundo es el camino
para el otro, qu'es morada
  sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
  sin errar.
  Partimos cuando nascemos,
andamos mientra vivimos,
  e llegamos
al tiempo que feneçemos;
assí que cuando morimos,
  descansamos. 




Jack (Malick) parece decir que él ha visto la cara de Dios ("Grace"), y sonríe.

"Estoy sediento del Dios
que da la vida." Salmo 41.

miércoles, febrero 29, 2012

O brother! (Joel & Ethan Coen, 2000)


Uno de los aspectos más curiosos de O Brother, Where art thou? es esa búsqueda del perdón y la verdadera esencia de la persona. Los protagonistas saben que su actuar no es “jurídicamente” adecuado, pero buscan ser perdonados a través de su buen actuar humano y a través de Dios. Delmar y Pete se bautizan buscando esa “redención”, esa comprensión de Dios y de sus colegas los hombres. Parece que encuentran perdón en sus propias almas.

Su viaje parece ir en busca no solo del tesoro (inventado), sino de una justificación. Cuando consigan el dinero, darán igual los crímenes, dará igual el pasado, cumplirán sus sueños y vivirán en paz. Antes de ser “perdonados” públicamente por el Gobernador, Everett reprocha a sus amigos el no saber perdonarle y darle la espalda:
EVERETT
So you're against me now, too!... Is
that how it is, boys?
The whole world and God Almighty...
and now you.

 
Ni siquiera sus amigos son capaces de perdonar sus errores. Después de ser absueltos por la música y el interés político, por la sociedad, ellos se reconocen inocentes ante sí mismos y el mundo. Pueden pasear por las calles con impunidad, pueden viajar a su antojo. Pero la ley sigue detrás de ellos, y es ahí cuando Dios también les perdona ante la súplica sincera (que luego intenta esconder) de Everett. 

       El último perdón que queda es el de su mujer, que parece condicionar el reconocer a Everett solo si es una apuesta segura… Quizás Penny sea el personaje más difícil de tragar, quizás porque no acata la norma narrativa, no es el final feliz, el tesoro buscado, o el tesoro merecido.


Casi como si la película tuviera que pedir perdón por tratar temas tan profundos sobre el hombre con tanta livianidad. Una comedia llena de imágenes típicas de las películas sobre la Gran Depresión como Las uvas de la ira o Bonnie y Clyde. Toca temas típicamente americanos como el Ku Klux Klan (nada que ver con El nacimiento de una nación) y los gangsters. Con imágenes bellísimas y acompañadas con una música exquisita que sumerge el momento histórico en ese aire mítico de La Odisea.

miércoles, febrero 15, 2012

El delator (John Ford, 1935)

 "Entonces Judas, el que le entregó, viendo que había sido condenado, fue acosado por el remordimiento, y devolvió las treinta monedas de plata." (Mt 27,3)
Así comienza la película de John Ford El Delator (The informer). Y es que toda la película es sobre esos remordimientos del traidor.  Gypo Nolan es un rebelde irlandés que delata a uno de sus compañeros, Frankie, que muere a manos de los ingleses. Gypo recibe 20 libras por su traición. En billetes de una libra. Sus treinta monedas. Y no es que fuera un traidor, no odiaba a Frankie. Gypo era amigo de Frankie, pero lo vende por un dinero que quiere usar para marcharse con su novia, que ha tenido que salir a la calle para ganarse la vida, a América. Al ver las consecuencias de su traición acude al consuelo de un mal amigo: el alcohol. Malgasta su dinero, pasea por la ciudad de taberna en taberna, de antro en antro, pretendiendo olvidar su pecado. Frankie se le aparece una y otra vez en los carteles de la ciudad. La madre del "mártir" reconoce a Gypo como amigo de su hijo, lo defiende. Pero Gypo huye donde nadie le culpe, donde nadie sospeche de él; sin saber que le observan y le siguen. Inconscientemente devuelve sus monedas, entrega sus billetes manchados de sangre a otros pecadores que se enriquecen gracias a las miserias de los dublineses. Gypo ríe, Gypo llora. Acosado por el remordimiento.


Gypo es juzgado por un tribunal popular que recuerda a M, el vampiro de Düseldorf. Sentenciado. Pero consigue escapar. La familia de Frankie intercede por él, sin suerte. Katie, la novia de Gypo, llora por él, sin suerte. Es Gypo quien se ha condenado a sí mismo. Pero Gypo, en su último suspiro, acude a la madre del ajusticiado. La madre de Frankie le perdona. Y Gypo, que ya no es Judas sino Pedro, acude al encuentro de Frankie, con la confianza de la intercesión de su madre.


jueves, febrero 09, 2012

The Artist (Michel Hazanavicius, 2011)


He de reconocer que al conocer la noticia de que una película que iba a rodarse en blanco y negro siguiendo los estándares del cine mudo saldría a la luz, me mostré un tanto escéptica. Y he de reconocer, también, que si me decidí a verla fue por las buenas críticas y gran acogida.
La película me gustó, sí, pero no puedo decir que sea una película de cine mudo. Estoy cansada de leer en blogs y, sobre todo, en muros de Facebook, afirmaciones del estilo: "The Artist prueba que el cine mudo no es aburrido", "The Artist confirma que el cine mudo no está pasado de moda" o algunas más osadas tipo "¿Quién dice que el cine mudo es aburrido?" o "The Artist una obra maestra que rescata el cine clásico". Estoy segura de que gran parte de esos nuevos fans del cine mudo y en blanco y negro no aguantarían ni 10 minutos de The Kid, Amanecer o El maquinista de la General. Eso sí, gritan el esplendor del blanco y negro de La lista de Schindler y Buenas noches y buena suerte



The Artist me ha gustado mucho, pero no por ser muda. Sí que es un homenaje al cine mudo, haciendo guiños a varios tópicos (perro que busca al policía) y películas. Desprende un aire Hollywoodiense muy logrado en la dirección artística. La fotografía no sigue el estilo del cine de los años 20, es más "tranquilo" que a lo que estamos acostumbrados, pero con mucha más movilidad que antaño. Tampoco el estilo de dirección ni actuación son los de los grandes años de Hollywood.
Me parece más una película para quienes disfrutan con las curiosidades del cine. Una película para quienes sonríen en la sala al descubrir el formato cuadrado. Una película para quienes vislumbran una cierta añoranza por las latas de películas de celuloide, para quienes desean entrar en esos magníficos estudios americanos, para quienes han recordado Cantando bajo la lluvia, El crepúsculo de los dioses, Candilejas y La rosa púrpura del Cairo. Una película curiosa. Metaficción en todos los sentidos, desde la narrativa hasta la puesta en escena. Los rodajes en pantalla hicieron que me encogiera en la butaca de emoción. Me gusta la escena del sueño, sabiendo que esto no es cine clásico, sino metaficción. No me gustan los últimos diez segundos. ¿Por qué satisfacer al público del siglo XXI? Si queremos vender la película como "un regreso a los años 20", llevémoslo hasta el final. Como experimento me encanta. Como "imitación" del cine clásico no. 

lunes, febrero 06, 2012

El arca rusa (Alexandr Sokurov, 2002)

 No sabría muy bien cómo definir El arca rusa de Sokurov. No es ficción, no es documental, no es un ensayo audiovisual. ¿O quizás sí? Un experimento visual y cultural. La película es anunciada con lo siguiente: "2000 cast members, 3 orchestras, 33 rooms, 300 years, ALL IN ONE TAKE". Impresionante. 
Sokurov se lanza a varios océanos vastísimos: Una película de hora y media en una sola toma, un rodaje en el Hermitage, un ejercicio histórico-cultural... Muchos logros en una misma cinta, pero sobre todo El arca rusa es una película de gran profundidad. La historia rusa se entrelaza, aparece y desaparece en los pasillos del palacio. Y el Hermitage se convierte en un personaje más, no en un mero decorado. Al comenzar la película esperamos el corte, pero una vez transcurrido un rato, nos olvidamos del montaje, porque la cámara se desliza como un fantasma que todo lo ve. El ejercicio de la cámara es exquisito y a ello se unen los magníficos efectos digitales de fotografía, que crean unos ambientes oníricos que me recordaron a otra obra del director, Elegía de un viaje. Las reflexiones acerca de la historia, cultura e identidad rusa se mezclan, como en una labor de finísimo bordado. Lo más filosófico apoyado por una puesta en escena muy mimada. Magníficos vestidos, obras de los más grandes artistas, grandes figuras de la historia, música, bailes fastuosos... Un marqués frances guía a la cámara como un fantasma. Mantiene una conversación con el director. Y se expone, presentándose a personajes que vagan por el palacio. Supongo que me he perdido mil detalles por desconocimiento de historia rusa. Conozco a los zares, a Catalina la Grande, Pedro I, Nicolás y Alejandra. Vemos a Pushkin, al actual director del museo. Una conversación con la cultura, Europa, Rusia, el Arte.


La película va intrigando, llenando de asombro. La escena del baile final llenan de mil emociones. Todo el recorrido por el palacio nos conduce ahí, al último gran baile de la Rusia zarista. Y la salida del magnífico evento se convierte en un choque: ¡Adiós, Europa! Todas esas sedas y brocado bajando una impresionante escalinata que lleva a un cambio radical, a un desgajamiento de Europa. Ese último descenso resulta majestuoso, una explosión de sensaciones, una superabundancia visual, histórica y cultural. 
Es complejo comunicar una experiencia. Y El arca rusa lo es, no es una simple película. No hay una historia, hay 300 años de Historia. Un arca, como la de Noé, donde poner a salvo la identidad de un país: su cultura.

Y el comienzo del documental sobre el rodaje de la película

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