jueves, octubre 13, 2011

Frank Capra y las trompetas. Sobre la curiosidad en el cine.

 He visto varias películas de Frank Capra recientemente, de varios estilos. Pero de lo que quiero hablar aquí es de sus comedias. Sucedió una noche (1934) es una divertidísima comedia de enredos. Una heredera millonaria (Ellie) huye de su hogar para reencontrarse con su marido (con el que se casó a escondidas en contra de la voluntad de su padre). Para reunirse con él en Nueva York ha de atravesar el país a bordo de un autobús. Allí es donde conoce al cínico periodista (Peter Warne) que acaba de perder su empleo y que, comprendiendo quién es, le presta su ayuda para conseguir la exclusiva de su historia. Los dos jóvenes habrán de convivir estrechamente durante el viaje que va llenándose de complicaciones. Los diálogos son rápidos y llenos de una ironía muy fresca. En una de las escenas célebres del cine, Clark Gable coloca una manta para dividir la habitación que han de compartir. Esa manta, recurso al que acuden más de una vez, se llamará "Los muros de Jericó". El periodista, ante la mirada asombrada/enfadada de Ellie, se ve obligado a dar una explicación:
Oh this? Well, I like privacy when I retire. Yes, I'm very delicate in that respect. Prying eyes annoy me. Behold the walls of Jericho! Uh, maybe not as thick as the ones that Joshua blew down with his trumpet, but a lot safer. You see, uh, I have no trumpet. Now just to show you my heart's in the right place, I'll give you my best pair of pajamas.

Gable no tiene trompeta, así que esos muros son muy seguros. Y Capra mantiene la compostura durante toda la película. Al final de la cinta (si quieres que sea sorpresa no sigas leyendo) Ellie, ya en Nueva York, abandona a su marido ante el altar donde iban a formalizar su matrimonio ya con el consentimiento paterno. No vemos a Ellie regresar junto a Peter, pero sí que vemos la puerta cerrada de una habitación de un motel. Se oye hablar de los muros de Jericó y esta vez sí que suena la trompeta. Sí se hiciera un remake ahora de esta obra, creo que los muros de Jericó serían derribados en los primeros veinte minutos de metraje y de forma explicita, totalmente a la vista. Aparte del estricto control de Hollywood sobre las películas de esa época, me parece que ese ser sutil y no mostrar la acción es bastante poderosa.


Creo que todo el mundo peca de curiosidad. Siempre queremos conocer todo, entender todo, ver todo. Debe ser un hecho de la esencia humana, siempre buscamos la verdad y si la podemos alcanzar de forma sencilla, mejor. Es la curiosidad la que hace que enganchemos con las películas biográficas. Es la curiosidad que tan bien comprendía Hitchcock (esa distracción de Jeff en La ventana indiscreta, el voyerismo de Norman Bates en Psicosis, las observaciones desde la lejanía de Scottie en Vértigo...). Por eso nos incomoda el sentirnos observados en un film. Si un personaje mira directamente a cámara, el espectador se siente observado, descubierto en su acto de voyerismo, en su mirada indiscreta.

El cineasta que no se deja arrastrar sin control por esa curiosidad tiene un mérito reconocible. No solo no nos pone las cosas fáciles (la vida tampoco suele hacerlo), sino que, además, da un voto de confianza al espectador. Nos invita a ser los directores de esa escena, nos da la libertad de construir la secuencia con los medios que queramos, con nuestro propio guión y con la puesta en escena más personal que se quiera. Lo hace Rossellini en Roma, città aperta durante la escena del interrogatorio al ingeniero Manfredi; lo hace Fritz Lang en la escena del primer asesinato en M; también lo hace el escritor Oscar Wilde con maestría en El retrato de Dorian Gray; Erice en El espíritu de la colmena; Tarkovsky en La infancia de Iván, Cukor en La costilla de Adán y muchos más.


Parece que los buenos cineastas, esos que serán siempre recordados, luchaban contra sí mismos y buscaban esa forma de hacer visible lo invisible. Sin mostrar visualmente una escena, son capaces de crearla en la mente del espectador. Frank Capra lo hace en otra de sus películas, y también lo anuncia al son de trompetas: Arsénico por compasión (1944). La historia, divertidísima también, pone a Cary Grant (en una interpretación magnífica) en una situación cada vez más complicada. Recién casado y a punto de marchar de luna de miel, entra en su casa para hacer la maleta y despedirse de sus tías. Acabará descubriendo un cadáver en un arcón (al que tampoco nunca vemos). La historia se va complicando y mientras su esposa le grita nerviosa y el taxista espera en su puerta, él ha de encubrir el crimen/crímenes cometido/s por sus adorables tías y otro crimen que su terrorífico hermano aparecido tras muchos años, intenta ocultar en el hogar familiar (no puedo no mencionar al genial Peter Lorre que acompaña al hermano frankensteiniano). Total, que tras las mil situaciones por las que ha de pasar, un desesperado y cansado Cary Grant agarra a su mujer y se dirige a toda velocidad a la casa de ella tocando la trompeta. La puerta se cierra, la pantalla oscurece y las luces de la sala se encienden. Y que sea el espectador quien se atreva a poner imágenes.


1 comentario:

W. dijo...

He tardado en conocer este blog, por desgracia. Trataré de seguirte.

Es interesante la idea que apuntas, y creo que los ejemplos de "Sucedió una noche" y "Arsénico por compasión" son muy elocuentes.

No en vano la filosofía nació gracias a una curiosidad malsana por la verdad.

Guillermo C.

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