domingo, enero 02, 2011

Stalag 17 (Wilder, 1953)



Nunca había visto una película bélica como ésta. Sin haber leído nada sobre Stalag 17, comencé a verla. Me sorprendió que el director fuera Billy Wilder. No podía imaginar al Billy Wilder de Some like it hot  o The apartment metiéndose en cine bélico.
Nada más comenzar pude escuchar a un narrador irónico, hablando sobre las películas de guerra que siempre olvidan a los prisioneros de guerra. Un plan de escapada al más puro estilo La gran evasión. Se aceptan apuestas sobre el éxito de la misión. ¿Ironía? Crudeza.
Misión fallida, la vida en el Stalag continúa. Vemos a los oficiales alemanes, ridículos. El campo de prisioneros se parece más al recreo de un colegio de educación primaria. Wilder se ríe de los alemanes, de los soldados americanos, de los rusos. Los presos son como chiquillos, juegan, beben, apuestan… Comenzamos a sospechar que hay un infiltrado dentro del barracón. Y no sabemos quién puede ser. Nuestras sospechas son las mismas que las de los protagonistas, sabemos lo mismo que ellos. Y comenzamos  a sospechar del más bribón del grupo: Sefton, un ladrón, un tipo que se aprovecha de todo y de todos. Comenzamos a odiarle, a odiarle de verdad. Pero todo continúa en un ambiente de humor y chiste. Los actores mantienen planos largos estáticos llenos de comicidad. Las frases afiladas cruzan a la velocidad de la luz de un lado a otro de la pantalla. La visita de la cruz Roja hace reír a carcajadas. De broma en broma comenzamos a pensar que estamos ante una película antibélica como las que harían ahora. En vez de criticar mostrando locura y violencia absurda como en Appocalypse Now, se ríen de todo con algunos gags como de película de cine mudo (la escena en que intentan colarse en el campamento de mujeres rusas pintando el suelo). 

La película adquiere otro tono cuando nosotros descubrimos que el infiltrado no es quien todos creen. Sabemos quién es el culpable y querríamos gritárselo al resto de soldados. Le vemos actuar, con su sonrisa perfecta, como si el asunto no fuera con él. Astuto.
Y con el plan para sacar a un nuevo prisionero del campo y el desenmascaramiento del traidor, la película cobra una gran fuerza dramática. Ya no hay esa sensación de diversión, no hay ironías sino tensión. Y al final vemos que no era una película ridícula. No es una parodia, es una fábula, una historia sobre la guerra. Y como todas las historias, el contenido cambia según quién la cuente. Y Wilder tenía que contarlo así. 
Dejo un clip de uno de los momentos más divertidos de la película. Por Navidad los oficiales alemanes regalan un ejemplar de Mein Kampf a cada barracón:

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